terça-feira, 30 de abril de 2013

La nueva novela de Mario Vargas Llosa

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La nueva novela de Mario Vargas Llosa

'El héroe discreto' llegará a las librerías en septiembre.

24 de abril de 2013. Estandarte.com
Qué: El héroe discreto Autor: Mario Vargas Llosa Editorial: Alfagura Año: 2013 Cuándo: 12 de septiembre de 2013
El héroe discreto, la nueva novela de Mario Vargas, verá la luz en las librerías de España y Latinoamérica el 12 de septiembre de 2013.
El héroe discreto cuenta la historia paralela de dos personajes: el ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, un pequeño empresario de Piura que es extorsionado, e Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios, dueño de una aseguradora en Lima, quien urde una sorpresiva venganza contra sus dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto. Viejos conocidos del mundo vargallosiano aparecen en estas páginas: el sargento Lituma y los inconquistables, don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito, todos moviéndose ahora en un Perú muy próspero.
Felícito Yanaqué e Ismael Carrera, los protagonistas de El héroe discreto, son, a su modo, discretos rebeldes que intentan hacerse cargo de sus propios destinos, pues tanto Ismael como Felícito le echan un pulso al curso de los acontecimientos. Mientras Ismael desafía todas las convenciones de su clase, Felícito se aferra a unas pocas máximas para plantar cara al chantaje. No son justicieros, pero están por encima de las mezquindades de su entorno para vivir según sus ideales y deseos.
“Un libro lleno de humor, en clave de melodrama”, según nos informa su editorial, Alfaguara. ¡Habrá que esperar hasta septiembre para disfrutarlo!
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, nació en Arequipa, Perú, en 1936. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de relatos, Los jefes, que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobró notoriedad con la publicación de La ciudad y los perros, Premio Biblioteca Breve (1962) y Premio de la Crítica (1963). En 1965 apareció su segunda novela, La casa verde, que obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Internacional Rómulo Gallegos. Posteriormente ha publicado piezas teatrales (La señorita de Tacna, Kathie y el hipopótamo, La Chunga, El loco de los balcones, Ojos bonitos, cuadros feos y Las mil noches y una noche), estudios y ensayos (como La orgía perpetua, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible y El viaje a la ficción), memorias (El pez en el agua), relatos (Los cachorros) y, sobre todo, novelas: Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Elogio de la madrastra, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, El Paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala y El sueño del celta. Su último libro es el ensayo La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012). Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde los ya mencionados hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour.

Discurso Cervantes de Caballero Bonald

http://www.estandarte.com/noticias/premios/discurso-caballero-bonald-en-el-premio-cervantes_1810.html

Discurso Cervantes de Caballero Bonald

Disfruta aquí del discurso íntegro pronunciado en la entrega del premio.

23 de abril de 2013. Estandarte.com
Qué: Discurso de José Manuel Caballero Bonald en el Premio Cervantes Año: 2013
José Manuel Caballero Bonald ha recibido esta mañana, Día Internacional del Libro, su Premio Cervantes, y ha pronunciado el discurso que puedes leer completo a continuación. ¡Felicidades, don José Manuel!
Discurso íntegro de José Manuel Caballero Bonald en la entrega del Premio Cervantes 2013
"Debo empezar reiterando lo más obvio: que el premio Cervantes me ha deparado la mayor satisfacción recibida en mi ya dilatado trayecto humano y literario. Se trata por supuesto de un motivo de orgullo muy especial y de un honor que va a acompañarme cada día, como un estímulo inagotable, en este ya sobrepasado arrabal de senectud. Tengo que hacerme merecedor de este reconocimiento magnánimo -me he repetido muchas veces-, como convenciéndome de que debía esmerarme para que mi trabajo literario alcanzara una suficiente validez. Sólo así iba a poder equilibrarse lo mucho que recibo con lo poco que ofrezco.
Deseo que mi gratitud se reparta efusivamente entre cada uno de los miembros del jurado y entre quienes han hecho posible que yo esté hoy aquí, conmovido y abrumado, recibiendo el premio mayor de nuestras letras. Pienso en algunos poetas y novelistas que me han precedido en este trance -Antonio Gamoneda, José Emilio Pacheco, Juan Marsé, Ana María Matute, Juan Gelman-, que son también amigos queridos y autores predilectos, y pienso en otros compañeros fraternales -José Ángel Valente, Carlos Barral, Ángel González, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo- a quienes la muerte cercenó la posibilidad de recibir los honores que yo recibo ahora. “Falta la vida, asiste lo vivido”, dijo Quevedo en un soneto eminente. Y eso es lo que me repito mientras recurro a esta evocación justiciera. Y mientras procuro sobrellevar la turbadora experiencia de hablar en una cátedra de la que irradió el magisterio del humanismo español, y desde la que se instruyó a algunos de los grandes ingenios de los siglos de oro.
El premio Cervantes viene a activar un vínculo siempre latente con nuestro primer y universal novelista, a quien me tienta aplicar el mismo encomio que dedicó Rubén Darío a Verlaine: “padre y maestro mágico”. No se me oculta que hablar de la significación de este premio dispone de ciertos desvíos retóricos difícilmente evitables. Pero prefiero, en este caso, la retórica a la mesura. He pensado mucho en las palabras que debía utilizar a este respecto. Y me he preguntado una y otra vez qué es lo que verdaderamente le debo a Cervantes, cuánto he aprendido de él para que, en virtud de este premio, se hayan asociado su ejemplo y mi devoción. Y sólo he encontrado respuestas deficientes.
Si las cuentas no me fallan, hace ahora justamente dos tercios de siglo que empecé a adiestrarme en el oficio de escritor, por lo que quizá merezca -eso sí- un premio a la constancia. Ya apenas si puedo evocar aquellas primeras sensaciones, tan remotas y difusas, de mi noviciado literario. Pero algo permanece imborrable: la certeza de que me hice escritor porque antes había leído a escritores que me abrieron una puerta, enriquecieron mi sensibilidad, me incitaron a usar la misma herramienta que ellos para interpretar la vida, para aprender a descifrarla. Sin esa enseñanza previa, nada habría sido lo mismo, claro. Tampoco yo estaría aquí ahora. Soy consciente de que mi biografía literaria depende tanto de los libros que he escrito como de los que he leído. Todos ellos constituyen como una especie de espejo múltiple donde me veo frecuentemente reflejado, y en todos ellos se alojan no pocos de mis descubrimientos de la vida precisamente porque también en esos libros descubrí otras vidas, experimenté la sensación de que algo había allí que me ofrecía la posibilidad de compartir un mundo ignorado y excitante.
Es posible que encontrara en aquellas lecturas algo parecido a una contrapartida, una compensación frente a la falta de asideros o los desconciertos de la edad. ¿Quién duda que leer es reconocernos en los otros, desentrañar lo que somos, recuperar lo que hemos vivido, incluso lo que no hemos vivido, resarciéndonos de nuestras propias carencias? Recuérdese que todos aquellos que se han valido de la opresión (desde los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial) para programar el mantenimiento de sus poderes, han coartado la libre circulación de las ideas. Los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros. En las ficciones futuristas de un mundo amorfo, despersonalizado, regido por computadoras, la quema de libros representa algo más que un mandamiento atroz: es una metáfora de la esclavitud. Bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión. De lo que fácilmente se deduce que conocimiento y libertad vienen a ser nutrientes complementarios de toda aspiración a ser más plenamente humanos.
Pienso que tal vez pueda permitirme una modesta jactancia en este sentido. Quiero decir que esa alianza que el escritor mantiene con sus primeras lecturas, con las fuentes literarias de su historia personal, tiene en mi caso -o yo deseo que tenga- un preámbulo inolvidable. Estoy refiriéndome a la inmediata posguerra, cuando se cimentaba el infortunio histórico del franquismo y cundían por el país muy variadas formas de desolación. Siempre me he hecho una pregunta obstinada: ¿empezaba yo a indemnizarme con la lectura de lo que me negaba aquel tiempo desdichado, pretendía remediar con el placer de un libro los sinsabores y privaciones de la historia? No creo que fuera consciente de nada de eso, claro. Pero puedo aventurar algunas pistas. Tengo muy presente, por ejemplo, que en el colegio de los Marianistas de Jerez, cuando yo cursaba el cuarto o quinto curso de Bachillerato, tuve un profesor de literatura, culto y afectuoso, que me facilitó una especie de florilegio hecho por él de las más llamativas aventuras de don Quijote. Quizá tardara en empezar a leerlas, quizá no había superado todavía esa prevención ante lo que se supone árido o dificultoso, pero cuando lo hice libremente algo inesperado se filtró en mi capacidad receptiva. No fue ninguna lección prematura, fue simplemente una conmoción insospechada.
Aún puedo revivir las emociones que me transferían esas precisas andanzas de don Quijote. No conservo el recuerdo sino el sedimento del recuerdo, la constancia placentera de haber descubierto un mundo fascinante, de haber roto un sello, abierto una ventana por la que podía asomarme a una nueva experiencia de lector, es decir, a una nueva enseñanza de la vida. Quiero recordar que medio entendí entonces que un libro te habla, pero también te escucha, que el hecho de elegir un libro y compartir con él una misma aventura también supone un ejercicio de libertad. Tal vez pudo ser ese el punto de partida de mis iniciales tentativas literarias, tal vez se inició en aquel ya distante tramo biográfico una vaga atracción sensible por el cultivo de la poesía. Aunque lo más seguro es que todo eso no sea sino una conjetura que me planteo al cabo del tiempo, cuando admitir su veracidad tiene ya mucho de licencia poética.

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Hashtang se traduce como etiqueta

http://www.estandarte.com/noticias/idioma-espanol/hashtag-se-traduce-como-etiqueta-en-espanol_1819.html

Hashtag se traduce como etiqueta

Así nos lo recomienda Fundéu BBVA. O usar cursiva.

30 de abril de 2013. Fundéu BBVA
Qué: Hashtag se traduce como etiqueta en español Autor: Fundéu BBVA
La traducción en español de la palabra hashtag, popularizada por los usuarios de Twitter, es etiqueta, según nos informa la Fundéu BBVA. Aunque lo cierto es que se nos hace extraño en estos momentos hablar de “La etiqueta #asedioCongreso se convirtió en trending topic” o “La elección de una etiqueta correcta es fundamental para el éxito de un proyecto”, y nos sale el hashtag con facilidad, con el tiempo es posible que se generalice el uso de etiqueta en vez de hashtag
Así recomienda Fundéu BBVA el uso de etiqueta en vez de hashtag:
El término inglés hashtag puede sustituirse por su equivalente en español etiqueta.
Un hashtag es una palabra, frase o grupo de caracteres alfanuméricos, empleada en la red social Twitter, mediante la cual se agrupan varios mensajes sobre un mismo tema; se identifica fácilmente, ya que está compuesto por el símbolo # (hash) y un nombre o etiqueta (tag), por ejemplo: #escribireninternet.
En los medios es frecuente encontrar el empleo de este término inglés: “Los usuarios se divirtieron con un hashtag que se hizo muy popular: #PeliculasEn1Tuit”  o “El hashtag #PrayforBoston (Reza por Boston) se ha colocado en primera posición mundial”.
En estos casos es innecesario el empleo de la palabra inglesa hashtag y por ello se recomienda que en su lugar se emplee el término etiqueta: “Los usuarios se divirtieron con una etiqueta que se hizo muy popular: #PeliculasEn1Tuit” o “La etiqueta #PrayforBoston (Reza por Boston) se ha colocado en primera posición mundial”.
En cualquier caso, si se opta por el anglicismo, hashtag debe escribirse en cursiva.