terça-feira, 1 de março de 2011

"La vida en el espejo retrovisor"

Aquella tarde volvimos del centro comercial, a donde habíamos ido a comprar una bomba de aire para la bicicleta de mi hijo. De paso, aproveché para ataviarla también con un pequeño portaequipaje, un bote de agua, un cubre asiento y un espejo retrovisor. Era la tarde y caía una lluvia casi imperceptible cuando empecé a ponerle los perifollos. Primero el portaequipaje, luego el cubre asiento, después el bote de agua y por último el espejo retrovisor. Como no podía ajustarlo en la medida correcta, le llamé a mi hijo para que montara la bicicleta y lo colocara a su altura. Subió y dio una vuelta, intentando darle la posición exacta. Lo intentó de nuevo, y nada. Creo que le quedaba más bajo de lo normal, lo que lo hacía inclinarse más de la cuenta. Entonces le dije que viniera para reacomodar la bisagra. Como mi hijo me notó ya un poco desesperado (cosa que cada vez es más frecuente en mí), antes de bajarse de la bicicleta me dijo: papá, pero si el retrovisor no importa tanto. Lo que importa es ver bien hacia delante, ¿no? Apenas lo dijo, plac, sentí que una ráfaga de luz me atravesaba de orilla a orilla. No tuve más remedio que pensar en la vida y en cuánto a veces nos empeñamos en mirar sólo hacia atrás, esas desgracias que nos siguen como los perros falderos a sus dueños, y cuan poco nos enfocamos a ver el camino que se nos abre, límpido, a cada paso. Tienes razón, dije a mi hijo, y empecé a desmontar el retrovisor. Ahora verás hacia adelante y, sólo en los cruces de calle, girarás un poco la cabeza para cerciorarte de que no viene carro, ¿sale? Sale, me dijo mi hijo con una sonrisa que aún no sabía todo lo que, esa tarde de lluvia, me había enseñado.
(
Rogelio Guedea)

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